domingo, 4 de enero de 2009

OPINIÓN-STIVENS PARRA GÁMEZ

"COMO LA SONRISA DE UN GATO"
olvidaba decir
Stivens Parra Gámez
"extrañé otra vez a Jenniffer, miré al cielo y vaya sorpresa: el gato se quitó un poco la cobija y sonrió"

Debo confesar que estar ausente de este Medio me produce tristeza. Por eso pensé escribir sobre algo simple que me haría feliz. Los temas populares que generan gran opinión, me saben a estiércol. Hace unas semanas, un miércoles como cualquiera, salía del Congreso, en medio de una desafinada manifestación de incautos y ambiciosos colombianos heridos por la caída de DMG. Me resultaron inútiles las arengas de la horda que a todo pulmón gritaba: “David, amigo, el pueblo está contigo” y por si fuera poco, pedía libertad. De haber llegado a la selva este reclamo, los secuestrados habrían llorado de rabia. Recordé los relatos de mis padres en relación con Pablo Escobar. Mientras el capo ponía una bomba en un centro comercial, acto terrorista que cobraba víctimas mortales, ciudadanos ensalzados por un sentimiento antiestatal, defendían al criminal que llegó a ser llamado “Robín Hood” porque suplía funciones de bienestar social, propias del Estado. Esto de algún modo demuestra que el pueblo está decepcionado del régimen. Y más grave aún, que hará cualquier cosa –incluso idolatrar narcotraficantes- para expresar su descontento, lo cual no es más que una degenerada anarquía que terminará configurando dos estados: uno negligente pero legal y otro audaz pero malsano. Así las cosas que entre el diablo (no Alfonso Cano) y escoja.

Llevado por la soledad y los desaires propios de encontrarme ausente en Bogotá, atravesé la Plaza de Bolívar. Cada paso sonaba como tropa militar. Había llovido toda la tarde y el cruzar por los charcos generaba un sonido similar al de la sangre cuando corren sobre ella niños de Bombay, Vietnam, España, Medellín. Del mundo. Avancé, y atrás quedó el Capitolio con esos huéspedes, en su mayoría, padres de la patria y “lobbistas”.

Inútilmente pensé que al llegar a la Catedral encontraría a Jenniffer, mi novia, la caqueteña, la niña de ojos color de trigo, pero tuve que volver a la realidad y soportar el olor a estiércol que deja a su paso la policía… montada. No había mujer semejante a ella. Solo damas llenas de adornos y uno que otro Congresista con 10 personas detrás como guiados por el perfume que expiden los billetes. De repente una niña de escasos 9 años con esa voz tierna y espontánea, dijo: “papá, mira la luna”. No debió impresionarme pues los niños suelen admirarse de cosas que para nosotros son hechos normales. Me alegró la siguiente expresión: “parece la sonrisa de un gato”. Jamás había visto tanta inteligencia en un cuerpo tan pequeño. Hasta llegué a burlarme del Legislador. Recordé con miseria al Cura Rozo y me vino al alma indignación por sus prácticas sexuales con niños; al mismo tiempo tuve náuseas porque estacionaron en mi mente las más de 180 violaciones cometidas por Garavito; me ardió la cabeza cuando se pasearon imágenes del niño Luis Santiago y de las ocupaciones Palestinas que dejan saldos de niños muertos como cuando un almacén se liquida; me asaltó la sentencia del abogado de la Corte Penal Internacional, Ekkhehard Withopf, refiriéndose al caso de Lubanga, el miliciano del Congo condenado por reclutamiento de menores: “Lubanga ordenó entrenar niños para matar, Lubanga los hizo matar y Lubanga dejó que se murieran” y para mayor martirio oí el trazo matemático y criminal del hombre que mató con machete a una niña en Planadas. Para salvarme de una muerte súbita, volví a la frase de la pequeña e intenté configurar la sonrisa del gato. Guardé la mirada en el cielo y descubrí que había más color y magia en ese pedazo de luna que en toda la gente alrededor. Al suelo se fueron las metáforas y los poetas del mundo que escribieron sobre la luna. La niña de 9 años les había dado una lección y es que para que el mundo se salve de las atrocidades por venir, hay que rescatar la sensibilidad, porque hasta ese momento la noche era para mí un trozo de hoja escarchada y mordida por ratones. No cesaban mis interpretaciones ilustradas y estúpidas: ¿sonrisa de gato? Descubrí que la poesía son dos: un alma inspiradora y otra captadora de esencia. Mis precarios conocimientos y el archivo de Discovery Channel no alcanzaron para dar con la grandeza de la frase. Sometí a mi juicio la “sonrisa” y el “gato”. Solo había relación entre “hiena” y “sonrisa” el gato no estaba por ningún lado. ¿Entonces por qué la niña lo dijo? No más. Decidí que no iba a indagar en cosas vanas. Ya harto estoy de analizar palabras cruzadas e incoherentes como la “Yidispolítica”, “el narcoestado”, la “dmgpolítica” y todo cuanto a un periodista o político se le ocurre para generar opinión, así en un estudio gramatical y morfosintáctico detallado, no haya relación alguna.

Entonces no analicé más. Si la menor lo había dicho, era cierto o al menos simple y como simple, necesario. Terco volví a mirar la luna y sorpresa fue al ver que aún el gato sonreía. Tonto, repliqué en un instantáneo soliloquio. Qué va a ser eso la sonrisa de un gato. Es una rara coincidencia. Pero los rayos que cercaban la luna parecían verdaderos bigotes de gato. En el colegio aprendí que esos pelitos funcionan como sensores olfativos; lo que quiere decir que el gato olfateaba la noche… no puede ser, volví a recriminarme. ¿Y si la pequeña tiene razón? ¿Si en verdad, es un gato? Pues es un animal fantástico. Con la sonrisa más hermosa que he visto. Una sonrisa hecha de diamantes.

En un instante, la noche puso sobre el gato una cobija. Y no pude ver más su sonrisa, así que me inserté en un supermercado y compré pan, algunas frutas, leche – y volvía pensar en el gato-. Salí de nuevo y miré hacia todas partes pero no pero ya no estaba la niña. Quizá nunca la vuelva a ver. Conduje los pasos hacia al parqueadero, abrí la puerta del carro, tiré las bolsas en la parte trasera, extrañé otra vez a Jenniffer, mire al cielo y vaya sorpresa: el gato se quitó un poco la cobija y sonrió.

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